En el verano del año 1995, yo estudiaba mi segundo año de carrera y, ciertamente, no me iba nada bien, arrastraba entonces una metodología de estudio consistente en estudiar el día ó los dos días antes del examen y, si bien en secundaria había dado resultado, una vez en la universidad, ésta estaba siendo nefasta.
Esta falta de disciplina casi da al traste con mis estudios pero, afortunadamente, pude darme cuenta a tiempo y corregir el problema, el resultado final, farmacéutico, el farmacéutico del pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla, pero al fin y al cabo, farmacéutico y con farmacia (para los que no son titulares un tesoro, para los que tienen una grande, no es una gran cosa).
Como comentaba, era el verano del 95, estaba más delgado y me desplazaba por Sevilla en bicicleta, tenía el pelo largo y me lo recogía en una cola, pero eran otros tiempos y entonces tenía más pelo, mi metodología de estudio había demostrado sobradamente que no era tan buena como yo pensaba y esto había dado al traste con la posibilidad de seguir estudiando con beca, así que, para ayudar en casa, busqué trabajo para el verano.
Un buen amigo me ofreció la posibilidad de trabajar en una frutería, su hermana estaba cansada de cargar y descargar cajas de sandías y melones e iba a dejar el trabajo, yo no había trabajado nunca en una, pero tampoco tenía miedo ni prejuicios a la hora de afrontar retos nuevos.
La frutería estaba situada en un barrio de clase media-alta, y por ello Raúl, me decía que la fruta que se iba a vender allí iba a ser la mejor, mi encargado decía que la apuesta iba a ser fuerte al respecto, el precio iba a ser elevado, bastante más alto que el de una frutería de barrio pero, a cambio de esto, daríamos la garantía de que el producto iba a ser el de mejor calidad y sin mancha ni golpe alguno.
No iban de farol, la fruta que se exponía en el mostrador era un regalo para la vista, perfecta en aspecto, jugosa y sabrosa en cuanto al sabor, sin embargo, el precio que había que pagar por ello era digno de reflexión y el coste de esta exhibición visual era la eliminación de toda la mercancía que no cumpliera estos cánones de perfección.
Cada mañana, tras descargar el camión había que hacer la “purga” y desechar la fruta que presentara un pequeño golpe ó un insignificante y casi inapreciable daño en la superficie de su fina cutícula. Me parecía increíble que hubiera que eliminar tanta comida y tirarla directamente a la basura, de hecho, Raúl tuvo que adiestrarme para que perdiera este prejuicio heredado de mis padres, para los que tirar un pedacito de pan era poco más que un sacrilegio, ya que podía “reciclarse” para hacer gazpacho, pan rallado, ó cualquier otra cosa que a mi madre se le ocurriera como buena administradora del modesto sueldo que entraba en casa todos los meses.
La empresa sabía que la parte destinada a costear las pérdidas originadas por esta práctica era muy elevada, ya que se desperdiciaba mucha mercancía, pero era el precio que había que pagar por captar al cliente de la zona, exigente y con un poder adquisitivo medio-alto.
Hoy en día sigue pareciéndome una barbaridad pero, realmente, no había otra forma de poder pedirle a nadie 400 ó 450 pesetas en el año 1995 por un kilo de melocotones si estos no eran perfectos en todos los aspectos.
La farmacia española se encuentra en la encrucijada de elegir cuál será el camino a seguir, deduzco de sus primeras declaraciones, que la nueva directiva del Consejo General, quiere apostar por una farmacia con orientación claramente sanitaria, que ofrezca cada vez más servicios a la ciudadanía, una farmacia que aproveche las TIC para interactuar con los equipos de atención primaria, que realice seguimiento farmacoterapéutico mediante el desarrollo e implantación de la Atención Farmacéutica... En definitiva, una farmacia que no se limite al servicio de custodia y puesta a disposición del paciente de los medicamentos, ó al corte del cupón precinto y pegado del mismo en la receta, lo cual, y al mismo tiempo, nos redimiría a los ojos de la administración y de muchos profesionales que frecuentemente ponen en duda nuestra capacitación profesional.
Pero esta redefinición de nuestro ejercicio profesional exige una reflexión seria y serena previas, un estudio que permita solucionar una serie de problemas, entre ellos garantizar el acceso a la formación a todos los profesionales, tener perfectamente claro cuál es la situación actual de toda la red de OF y evaluar los costes de implantación y mantenimiento de esta serie de servicios.
Esto nos llevará, si de verdad se quiere apostar por una farmacia con una cartera de servicios y que ésta sea sostenible, a plantearnos si con el actual sistema de remuneración este modelo puede implantarse en todas las OF del país –urbanas y rurales- y estar seguros de que todas ellas pueden afrontarlos.
Si se quiere hacer una apuesta fuerte por una farmacia asistencial, abrir el debate sobre un cambio en el método de remuneración debería vencer las presumibles reticencias iniciales de los que ahora les va bien, ya que les obligaría a “moverse” un poco más para alcanzar la rentabilidad que ahora poseen merced a su buena ubicación.
En la frutería que trabajé apostaron muy fuerte por una fruta de calidad y sin parangón en comparación con los alrededores, pero para hacerlo, tuvieron claro desde un principio los pros y los contras de esta medida, obviamente, en el caso de la farmacia todo es mucho más delicado, será el tiempo el que dirá si la apuesta ha sido lo suficientemente fuerte ó si se continúa como hasta ahora, pero lo que sí es cierto, es que la justificación de este Modelo de Farmacia, tan beneficioso para el paciente, pasa por la redefinición del mismo apoyado en las bases de la capilaridad y la distribución cooperativa.
La profesión lo demanda, el nivel de conocimiento y de exigencia de los usuarios del servicio es cada vez mayor, las Asociaciones de Consumidores comienzan a reclamar qué tipo de farmacia es la que quieren y nuestros dirigentes deben tenerlo claro para que su apuesta sea fuerte, quizás a todo ó nada, porque si no lo hacemos nosotros, otros están a la espera.
Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla……
Esta falta de disciplina casi da al traste con mis estudios pero, afortunadamente, pude darme cuenta a tiempo y corregir el problema, el resultado final, farmacéutico, el farmacéutico del pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla, pero al fin y al cabo, farmacéutico y con farmacia (para los que no son titulares un tesoro, para los que tienen una grande, no es una gran cosa).
Como comentaba, era el verano del 95, estaba más delgado y me desplazaba por Sevilla en bicicleta, tenía el pelo largo y me lo recogía en una cola, pero eran otros tiempos y entonces tenía más pelo, mi metodología de estudio había demostrado sobradamente que no era tan buena como yo pensaba y esto había dado al traste con la posibilidad de seguir estudiando con beca, así que, para ayudar en casa, busqué trabajo para el verano.
Un buen amigo me ofreció la posibilidad de trabajar en una frutería, su hermana estaba cansada de cargar y descargar cajas de sandías y melones e iba a dejar el trabajo, yo no había trabajado nunca en una, pero tampoco tenía miedo ni prejuicios a la hora de afrontar retos nuevos.
La frutería estaba situada en un barrio de clase media-alta, y por ello Raúl, me decía que la fruta que se iba a vender allí iba a ser la mejor, mi encargado decía que la apuesta iba a ser fuerte al respecto, el precio iba a ser elevado, bastante más alto que el de una frutería de barrio pero, a cambio de esto, daríamos la garantía de que el producto iba a ser el de mejor calidad y sin mancha ni golpe alguno.
No iban de farol, la fruta que se exponía en el mostrador era un regalo para la vista, perfecta en aspecto, jugosa y sabrosa en cuanto al sabor, sin embargo, el precio que había que pagar por ello era digno de reflexión y el coste de esta exhibición visual era la eliminación de toda la mercancía que no cumpliera estos cánones de perfección.
Cada mañana, tras descargar el camión había que hacer la “purga” y desechar la fruta que presentara un pequeño golpe ó un insignificante y casi inapreciable daño en la superficie de su fina cutícula. Me parecía increíble que hubiera que eliminar tanta comida y tirarla directamente a la basura, de hecho, Raúl tuvo que adiestrarme para que perdiera este prejuicio heredado de mis padres, para los que tirar un pedacito de pan era poco más que un sacrilegio, ya que podía “reciclarse” para hacer gazpacho, pan rallado, ó cualquier otra cosa que a mi madre se le ocurriera como buena administradora del modesto sueldo que entraba en casa todos los meses.
La empresa sabía que la parte destinada a costear las pérdidas originadas por esta práctica era muy elevada, ya que se desperdiciaba mucha mercancía, pero era el precio que había que pagar por captar al cliente de la zona, exigente y con un poder adquisitivo medio-alto.
Hoy en día sigue pareciéndome una barbaridad pero, realmente, no había otra forma de poder pedirle a nadie 400 ó 450 pesetas en el año 1995 por un kilo de melocotones si estos no eran perfectos en todos los aspectos.
La farmacia española se encuentra en la encrucijada de elegir cuál será el camino a seguir, deduzco de sus primeras declaraciones, que la nueva directiva del Consejo General, quiere apostar por una farmacia con orientación claramente sanitaria, que ofrezca cada vez más servicios a la ciudadanía, una farmacia que aproveche las TIC para interactuar con los equipos de atención primaria, que realice seguimiento farmacoterapéutico mediante el desarrollo e implantación de la Atención Farmacéutica... En definitiva, una farmacia que no se limite al servicio de custodia y puesta a disposición del paciente de los medicamentos, ó al corte del cupón precinto y pegado del mismo en la receta, lo cual, y al mismo tiempo, nos redimiría a los ojos de la administración y de muchos profesionales que frecuentemente ponen en duda nuestra capacitación profesional.
Pero esta redefinición de nuestro ejercicio profesional exige una reflexión seria y serena previas, un estudio que permita solucionar una serie de problemas, entre ellos garantizar el acceso a la formación a todos los profesionales, tener perfectamente claro cuál es la situación actual de toda la red de OF y evaluar los costes de implantación y mantenimiento de esta serie de servicios.
Esto nos llevará, si de verdad se quiere apostar por una farmacia con una cartera de servicios y que ésta sea sostenible, a plantearnos si con el actual sistema de remuneración este modelo puede implantarse en todas las OF del país –urbanas y rurales- y estar seguros de que todas ellas pueden afrontarlos.
Si se quiere hacer una apuesta fuerte por una farmacia asistencial, abrir el debate sobre un cambio en el método de remuneración debería vencer las presumibles reticencias iniciales de los que ahora les va bien, ya que les obligaría a “moverse” un poco más para alcanzar la rentabilidad que ahora poseen merced a su buena ubicación.
En la frutería que trabajé apostaron muy fuerte por una fruta de calidad y sin parangón en comparación con los alrededores, pero para hacerlo, tuvieron claro desde un principio los pros y los contras de esta medida, obviamente, en el caso de la farmacia todo es mucho más delicado, será el tiempo el que dirá si la apuesta ha sido lo suficientemente fuerte ó si se continúa como hasta ahora, pero lo que sí es cierto, es que la justificación de este Modelo de Farmacia, tan beneficioso para el paciente, pasa por la redefinición del mismo apoyado en las bases de la capilaridad y la distribución cooperativa.
La profesión lo demanda, el nivel de conocimiento y de exigencia de los usuarios del servicio es cada vez mayor, las Asociaciones de Consumidores comienzan a reclamar qué tipo de farmacia es la que quieren y nuestros dirigentes deben tenerlo claro para que su apuesta sea fuerte, quizás a todo ó nada, porque si no lo hacemos nosotros, otros están a la espera.
Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla……
Artículo Publicado en el número de Noviembre de 2009 de la revista ACOFAR
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