lunes, 10 de agosto de 2009

LA COMUNICACIÓN

Continúa el verano, ha llegado el mes de Agosto y la actividad se detiene casi por completo en todos los ámbitos, da la impresión de que todo el mundo está de vacaciones y, en definitiva, todo parece discurrir a una velocidad sensiblemente inferior a la habitual.

Impregnado de esta sensación de placidez ó de dejadez producida por las altas temperaturas y las dos horas que llevo sin que nadie entre en mi farmacia, hoy me apetece escribir por el gusto de hacerlo, por ello, lo que sigue a continuación tiene que ver con la vida. Puede parecer curioso que alguien con 36 años hable de la vida, pero al fin y al cabo todo tiene que ver con ella, por ello, lo siguiente va sobre la vida, no tiene que ver con la farmacia rural, ni tan siquiera con la farmacia,…… ó sí.

Imagino que a vosotros os pasará también, cuando me encuentro en un ambiente que no es el habitual, me cuesta integrarme en la conversación, me sucede cuando charlo con personas que se dedican a las labores del campo, comienzan a hablar de terrazas, comederos a los que acuden los ciervos, stihl (una marca de motosierras), carchizo, bornizo, …, en fin, cuesta “coger la onda” ya que no domino la “jerga” y por ello les molesto bombardeándolos a preguntas una y otra vez para, finalmente, agradecerles la infinita paciencia que tienen conmigo al molestarse en explicármelo.

He comentado en varias ocasiones que mi padre era albañil, digo era porque afortunadamente aún vive, pero afortunadamente también, ahora está jubilado, con la espalda machacada, pero jubilado, y como fue una etapa importante en mi vida, aludo frecuentemente a la misma usándola como hilo conductor de las ideas que quiero comentar. Quiero pensar que además de ayudarme a contar una historia, me sirve para enseñar al neófito en albañilería términos que no ha tenido la suerte de conocer.

El término de hoy es la “lasquilla”, recuerdo cuándo fue la primera vez que oí esa palabra, tendría unos 15 años y mi padre estaba sobre el andamio, una plataforma formada por dos tablas, cada una de unos 20 cms de ancho y suspendidas en sus extremos sobre dos bidones de chapa, ahora vacíos, pero fabricados para contener 200 Kgs de lubricante, se compraban en la chatarrería y se usaban a modo de pilares para permitirte trabajar a la altura del techo de una habitación.

Este andamio no era muy alto, con lo que permitía bajarse al que estaba sobre él de un pequeño salto, pero por practicidad y para aumentar la velocidad del trabajo, el oficial (mi padre en este caso) estaba sobre esta tabla ó costero, y desde la altura solicita todo lo que va necesitando para continuar su trabajo al ayudante ó peón (en este caso yo).

Desde su posición elevada, solicita ladrillos, mezcla, … y al mismo tiempo aprovecha para regañarme por mi postura poco dispuesta para el trabajo, ésta es, con los brazos cruzados, era una “guerra” que tenía mi padre conmigo, siempre decía que una persona que te pagaba un sueldo no debía verte nunca parado, ni con los brazos cruzados, daba mala impresión (al que haya compartido trabajo con su padre no tendré que comentarle nada sobre lo difícil que es trabajar con ellos).

A lo que vamos, un tabique comienza desde el suelo y va creciendo por la sucesión ó acumulación de ladrillos que, de forma intercalada, y previa aplicación de la mezcla, incrementan su altura hasta llegar al techo. Obviamente, y ya que la construcción de una pared no es un puzle en el que todas las piezas encajan a la perfección, las piezas (iguales de origen) tienen que ser ajustadas al hueco, con lo que frecuentemente hay que romper el ladrillo para obtener un trozo que entre en el sitio en cuestión.

En otras ocasiones, falta un trozo pequeño para completarlo, y ahí está el problema, en lugar de romper un ladrillo completo, se hace uso de un trozo ya roto con anterioridad. La escena hay que ubicarla con mi padre, subido en la atalaya que forma el andamio, pidiéndome que le alcanzara “esa lasquilla”. Para empezar, ni yo sabía entonces lo que era una “lasquilla”, ni la mayoría de vosotros, lectores, sabréis lo que es, con lo que era muy difícil, por no decir imposible, dar con ella.

Una “lasquilla” es un trozo de ladrillo ó de mezcla dura que se usa para rematar un hueco pequeño, imagino que vendrá de la palabra “lasca” que según la R.A.E. es un trozo pequeño y delgado desprendido de una piedra, una vez solventado este “pequeño” inconveniente del significado de la palabra, imaginaros por un momento el suelo bajo el andamio invadido, completamente lleno de “lasquillas” y mi padre diciéndome “esa es la que quiero”, ¿cuál, ésta?, le respondía yo, y él por momentos, se iba irritando, cada vez más, “no, esa no, esa de allí, la redondita, la que está al lado de tu pié”… Al final no podía soportarlo más y bajaba del andamio mascullando entre dientes para espetarme al final “ésta, ¿es que no la veías?”. Lo cierto era que verla, lo que se dice verla, la veía dentro de un conjunto, pero jamás hubiera sido capaz de diferenciarla entre sus hermanas por mucho empeño que hubiera puesto en ello.

Es lo que tiene el lenguaje, cuando los mensajes no son todo lo claros que deben ser, ó se dá por supuesto que todo el mundo sabe de lo que estás hablando se generan situaciones de incomunicación y malentendidos que dificultan el entendimiento entre las partes.

Con una pequeña explicación por parte de mi padre se hubiera evitado el sofocón y agilizado el trabajo, ésta es la pequeña moraleja que hoy quería compartir con vosotros, por el mero placer de escribir algo.

Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla………..

Un fuerte abrazo a todos.

Javier

No hay comentarios: