lunes, 24 de agosto de 2009

TOMAR PARTIDO

Es curioso cómo cambian las cosas conforme va pasando el tiempo, a medida que éste transcurre y uno madura debido a la edad y las vivencias que acumula, en innumerables ocasiones acude al recuerdo y lo compara con la actualidad, esto da lugar a diferencias, entre la visión que tenemos de una persona, grabada a modo de recuerdo en el interior de nuestro cerebro y la percepción que de ella tenemos en el momento actual.

Las piedras por efecto del viento y el agua se erosionan, solo hace falta tiempo y la acción de estos agentes ambientales para pulirlas, año tras año van limando las estrías propias de la roca nueva, hasta conseguir una superficie suave y uniforme, sin embargo, con el carácter de las personas ocurre lo contrario, y el efecto que produce en éstas el tiempo y las vivencias acumuladas es opuesto, cuando naces podríamos afirmar que el carácter de esta nueva persona casi es inexistente, como no me atrevo a eliminar el adverbio de esta frase, me atreveré a calificar el carácter no formado de un recién nacido con el adjetivo suave ó neutro, pero el paso del tiempo se encarga de ir modelándolo.

Mi padre tiene un carácter fuerte, seco, poco dado a sentimentalismos, erosionado por el tiempo y unas vivencias que no han sido muy generosas para con él, quizás por ello es poco dado a demostrar sus sentimientos, ya sean de tristeza ó de afecto. Cuando era niño veía a mi padre de forma diferente a la que lo veo ahora, el recuerdo de entonces se corresponde con el de una persona grande y fuerte, seguramente debido a que los ojos de un niño ensalzan la figura paterna. Los recuerdos de aquella época me llevan a describirlo como una persona grande y fuerte, de tez muy tostada debido al sol que diariamente soportaba en su trabajo, ese obligado bronceado era algo característico en la cara de mi padre, y junto a esto una nariz grande, alargada, pero acompañando a esta nariz destacaban sobremanera sus ojos, unos ojos de un azul celeste, semejante al limpio cielo que aparece al disiparse las nubes tras el paso de un temporal, azules como el efecto producido por el sol al hacer incidir sus rayos sobre las transparentes aguas de las escasísimas playas vírgenes que aún quedan.

Por caprichos de la genética, sólo heredé la nariz y no tuve la suerte de recibir el premio de esos magníficos ojos azules. Pero lo que más me ha impresionado siempre del físico de mi padre ha sido el tamaño de sus manos, manos grandes, ásperas y duras, curtidas día tras día tras décadas de duro trabajo al aire libre. Sus gigantescas manos son una prolongación de sus anchos antebrazos, capaces de hacer fácil cualquier movimiento con el palaustre ó paleta.

Recuerdo mis primeros pasos en el mundo laboral, trabajaba con él mientras estudiaba sin tener claro qué quería hacer en la vida, recuerdo cuando apenas podía levantar del suelo los sacos de cemento, aquellos sacos fabricados con un papel muy resistente pero basto, que impedía asirlo con facilidad, parecían diseñados para que se te resbalasen de las manos, no hace tanto tiempo de aquello, pero en esa época nadie discutía la conveniencia ó no de que pesaran 50 kgs., afortunadamente ahora se ha reducido su peso y lo agradecen las espaldas.

Vienen a mi memoria esos cubos llenos de mezcla ó mortero y la dificultad de homogeneizar dicha masa en el cubo con la única ayuda de la paleta y la fuerza de una mano, recuerdo como si fuera ayer el dolor que me producía en la mano, y sobre todo en el antebrazo, los giros circulares que se aplicaban a ese engrudo ó pasta compuesta por arena, cemento y agua, que se movía para que el agua no decantara y subiera a la superficie. Lo intentaba y no podía, luego veía cómo la gigantesca mano de mi padre y su increíble antebrazo, batían de un lado a otro, con aparente facilidad, hasta conseguir una mezcla uniforme que posteriormente extendía sobre el canto del ladrillo, como se unta la mantequilla a la tostada, para después colocarlo en su sitio justo, y así, uno tras otro hasta formar la pared ó tabique.

Mi padre era bueno en su trabajo, era de los “antiguos”, de los que saben hacer de todo, no se especializó en una actividad concreta y era capaz de hacer tanto una pared como alicatar un cuarto de baño ó construir una casa entera.

Una característica del carácter de mi padre que siempre me ha gustado destacar, porque estimo que actualmente es una cualidad que abunda poco, es su formalidad, para mi padre su palabra es un contrato con firma y si se compromete a algo lo cumple, aunque pierda dinero ó le produzca inconvenientes.

Pero hay una frase de mi padre que siempre ha sido motivo de discusión entre los dos, ya que cuando le insinúo “…deberías leer tal libro” ó ” … ¿por qué no aprendes tal ó cual cosa?”, su respuesta siempre es: “Yo ya lo tengo todo hecho en la vida, ya he aprendido todo lo que necesitaba saber y no necesito aprender nada más”.

No sé si esta frase es fruto de una época de la vida en la que una persona mira más hacia el pasado, repasando todo lo conseguido tras muchos años de duro trabajo, que hacia el futuro, donde todavía debería de vislumbrar lo que puede hacer, donde todavía debería atisbar un horizonte con alguna meta que conseguir. Puede que esta frase sea fruto del atardecer de una vida que se aproxima lenta pero inexorablemente a su ocaso, quizás por eso, yo que me encuentro en otro momento más temprano de la mía, no la comparto y no la entiendo como una actitud positiva ante los acontecimientos que se producen día a día.

Esta misma actitud indolente ante la vida, y que en el caso de mi padre asocio a su edad, la observo en la profesión y solo citaré a modo de ejemplo: la baja participación en las elecciones a Colegios Profesionales, ó en algunos casos la no convocatoria de las mismas por falta de candidatos. Tengo un amigo que dice que los farmacéuticos hablamos poco de política, que nos interesan poco estos asuntos, y no tengo más que darle la razón. Esta profesión lo quiera ó no, está y estará marcada por las decisiones que se tomen en los despachos de burócratas, que debido a su trabajo no tienen cercanía alguna a los temas sobre los que legislan, ajenos a las repercusiones que sus decisiones puedan tener sobre los profesionales afectados y por extensión sobre los pacientes. Se puede tener como digo, una actitud pasiva ante esta inevitable situación, ó bien, tomar partido como parte implicada, si no lo haces, siempre te quedará esa sensación de lo que pudiste hacer y no hiciste.

El mundo gira cada vez más rápido y los cambios suceden a mayor velocidad, de la capacidad de adaptación que se tenga a estos rápidos cambios dependerá la supervivencia del grupo ó colectivo del que formes parte, y así mismo, de la postura que se tome hoy, dependerá lo que nos suceda mañana, si no tomas partido, acabarás dependiendo, de forma inevitable, de lo que otros decidan por ti.

Yo hace tiempo que decidí, al menos, hacer ver mi opinión, no sé si ésta generará algún tipo de efecto, pero al menos es mi actitud en la vida y no estoy dispuesto a que otros decidan por mí, sin al menos escuchar lo que yo tenga que decir al respecto, si tú aún no lo haces, hoy todavía estás a tiempo, mañana puede ser tarde.

Sigo queriendo y admirando a mi padre, pero, en este aspecto al menos, no comparto su opinión, creo que todavía tengo mucho que hacer en la vida, y creo además, que lo que me suceda en el futuro, dependerá mucho de lo que yo haga en ella.

Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla………………

Un fuerte abrazo a todos,
Javier

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