lunes, 31 de agosto de 2015

DESDE LA ATALAYA DEL CASTILLO (y XII)

Un año más termina el verano y los veraneantes abandonan nuestros pueblos, ya casi es un clásico las reflexiones sobre lo que supone para la farmacia rural estos meses de verano, un pequeño balón de oxigeno para nuestra maltrecha economía.

Otros años he comentado la diferente mentalidad con que abordan las guardias esta población flotante y nuestros pacientes de todo el año, nuestro visitantes entienden que la farmacia es un servicio de atención continuada, poco más que un comercio, y a cualquier hora del día o la noche pueden requerir tu asistencia, aunque sea para cosas nimias o que nada tiene que ver con una necesidad asistencial perentoria.

Pero este año, me gustaría hacer incidencia en otro aspecto, que aunque no es nuevo, se viene acrecentando en los últimos años. La mayoría de esta población que recibimos en los meses estivales tiene una aptitud hacia el profesional farmacéutico muy diferente a la de nuestros pacientes habituales. Particularmente, tengo la sensación de que no me ven como un profesional sanitario, más bien como un dependiente que debe atender sus deseos. Ante cualquier sugerencia, pregunta o indicación, normalmente reaccionan con sorpresa, sino con manifiesta hostilidad, pues ellos esperan que te limites a proporcionarles lo que piden, y no digamos si te niegas a una dispensación, ante lo que montan en cólera y muy enfadados te dicen que en su farmacia no le ponen tantas pegas.

Esto me lleva a pensar que hay una farmacia oficial y otra real, que cada vez la farmacia apuesta más por su parte comercial y se aleja de su faceta profesional, que la farmacia rural como en tantas otras cosas va quedando como un anacronismo en la profesión.

Esta dinámica de negocio no casa bien con el nuevo enfoque que nuestros dirigentes proponen, si queremos una farmacia de servicios profesionales, difícilmente enlaza con la perdida ante los usuarios de la figura del farmacéutico como profesional sanitario. Incluso en modelos tan denostados como el anglosajón, esta faceta la tienen muy clara, sus farmacias pueden parecer un supermercado, quizás las nuestras no lo son, pero el profesional farmacéutico atiende en un área muy delimitada y su función es estrictamente sanitaria, dejando la parte comercial para otros empleados. Los usuarios de este modelo tienen claramente delimitadas las zonas y saben que buscan en cada una de ellas.

En España, por el contrario es todo un tótum revolútum, queremos un modelo regulado y profesional pero con un marcado carácter comercial. Como dicen en nuestros pueblos “teta y sopa” es imposible.

FRANCISCO GLEZ.LARA