Un año más termina el
verano y los veraneantes abandonan nuestros pueblos, ya casi es un clásico las reflexiones
sobre lo que supone para la farmacia rural estos meses de verano, un pequeño balón
de oxigeno para nuestra maltrecha economía.
Otros años he comentado
la diferente mentalidad con que abordan las guardias esta población flotante y
nuestros pacientes de todo el año, nuestro visitantes entienden que la farmacia
es un servicio de atención continuada, poco más que un comercio, y a cualquier
hora del día o la noche pueden requerir tu asistencia, aunque sea para cosas
nimias o que nada tiene que ver con una necesidad asistencial perentoria.
Pero este año, me gustaría
hacer incidencia en otro aspecto, que aunque no es nuevo, se viene acrecentando
en los últimos años. La mayoría de esta población que recibimos en los meses
estivales tiene una aptitud hacia el profesional farmacéutico muy diferente a
la de nuestros pacientes habituales. Particularmente, tengo la sensación de que
no me ven como un profesional sanitario, más bien como un dependiente que debe
atender sus deseos. Ante cualquier sugerencia, pregunta o indicación,
normalmente reaccionan con sorpresa, sino con manifiesta hostilidad, pues ellos
esperan que te limites a proporcionarles lo que piden, y no digamos si te
niegas a una dispensación, ante lo que montan en cólera y muy enfadados te
dicen que en su farmacia no le ponen tantas pegas.
Esto me lleva a pensar
que hay una farmacia oficial y otra real, que cada vez la farmacia apuesta más
por su parte comercial y se aleja de su faceta profesional, que la farmacia
rural como en tantas otras cosas va quedando como un anacronismo en la profesión.
Esta dinámica de
negocio no casa bien con el nuevo enfoque que nuestros dirigentes proponen, si
queremos una farmacia de servicios profesionales, difícilmente enlaza con la
perdida ante los usuarios de la figura del farmacéutico como profesional
sanitario. Incluso en modelos tan denostados como el anglosajón, esta faceta la
tienen muy clara, sus farmacias pueden parecer un supermercado, quizás las
nuestras no lo son, pero el profesional farmacéutico atiende en un área muy
delimitada y su función es estrictamente sanitaria, dejando la parte comercial
para otros empleados. Los usuarios de este modelo tienen claramente delimitadas
las zonas y saben que buscan en cada una de ellas.
En España, por el
contrario es todo un tótum revolútum,
queremos un modelo regulado y profesional pero con un marcado carácter comercial.
Como dicen en nuestros pueblos “teta y sopa” es imposible.
FRANCISCO GLEZ.LARA