martes, 25 de agosto de 2009

Reflexiones en la Soledad del Farmacéutico Rural (y V)

LA AUTOVÍA:
La autovía es monótona, aburrida, una lengua de asfalto gris que se extiende a lo largo de kilómetros de interminables rectas.

Conducir por ella es tedioso, casi tan aburrido como sentarte a ver la televisión; a pesar de la TDT, sólo hemos aumentado el número de canales pero realmente son pocos los programas que entretienen ó enseñan algo, y pocas, las películas que merece la pena ver hasta el final, ya que para conseguirlo, tienes que digerir la interminable sucesión de anuncios publicitarios.

La visión de los hitos kilométricos produce la misma sensación que observar las aspas de un ventilador, puedes concentrarte un momento en ellas, pero tienes que dejar de mirarlas para no marearte.

Puedes probar a animar el recorrido abriendo la ventanilla del coche, en un día tórrido como el de hoy, el vaivén de la corriente de aire que caprichosamente te acaricia la cara en función de donde provenga el aire, no es más que un jugueteo incapaz de abstraerte de la visión fija en el parabrisas.

La irrupción de la autovía en el paisaje rural actuó perversamente sobre el placer de conducir, evitó muchas curvas, contribuyó a poder aumentar la velocidad, disminuyó las distancias pero, al mismo tiempo, esquivó de forma maquiavélica el paso por los innumerables pueblos que jalonan la geografía de este país, eliminando de esta forma la posibilidad de parar para estirar las piernas y tomar un café para, de este modo, abandonar la rutina de la conducción.

La construcción de las rondas de circunvalación contribuyó al aislamiento de estos pueblos, haciendo innecesario atravesarlos, ahora tienes que tomar aire e intentar relajarte mientras intentas deglutir los interminables kilómetros de la autovía.

El día a día en una farmacia rural es monótono, aburrido, al igual que en la autovía, ves pasar las hojas del calendario, una tras otra, transformando tu vida en un bucle donde se repiten una y otra vez las mismas personas, y las mismas situaciones de cada día.

Vivir en el pueblo, con la vivienda sobre la farmacia, contribuye a alimentar la sensación de que no has dejado de trabajar nunca, ya que el trabajo te acompaña aún cuando cierras la puerta.

Puedes probar a salir a tomar una cerveza al único bar del pueblo, donde preguntar qué hay de comer se toma a chiste porque la oferta no ha variado hace siglos, pueblo que camina de forma lenta hacia su desaparición con la esperanza puesta en un golpe de suerte que reavive la ilusión de la gente por volver a vivir en él.

En verano llega la ilusión pasajera de los veraneantes, el espejismo de todos los años, pero cuando llega el otoño, al igual que las hojas caducas de los árboles, con la aparición del frío, ves cómo fallecen los habitantes del pueblo, esos vecinos y pacientes que han entrado a formar parte de tu vida, pero que inexorablemente nos dejan uno tras otro siguiendo la ley natural de lo que hemos determinado en llamar vida.

El trabajo suele transcurrir sin más compañía que la de tu ordenador y últimamente la de internet, y contribuye a tu aislamiento de los amigos que tenías antes de venir aquí a trabajar, a buscarte la vida, a prestar un servicio a la sociedad, un servicio que no ves recompensado.

Esta soledad en el trabajo, la repetición de las escenas de cada día, la disponibilidad a cualquier hora del día y en cualquier día del año, pone a prueba el aguante de cada persona, y te hace plantearte muchas cosas, pero lo duro no es esto, lo duro es cuando ves cómo le sucede a otro compañero/a, como se va erosionando poco a poco, como pierde esa chispa, día tras día, cómo comparte contigo esta sensación de no saber si la decisión fue la correcta y te pide que le ofrezcas soluciones, soluciones que por desgracia no tengo...

El pragmatismo de mi carácter quizás me haya permitido pasar de puntillas por este tipo de situaciones, ó quizás sea que aún no he llegado a “quemarme” lo suficiente, por ello no me planteo esta serie de preguntas, porque si lo hiciera, quizás no me las volvería a hacer y tiraría por la calle de en medio.

Hay una diferencia entre la autovía y el trabajo en la farmacia rural, una muy importante, ambas son monótonas y repetitivas, pero al menos en la primera sabes que una vez que la tomas te lleva a algún sitio, en ocasiones como ésta, el camino que escogiste en un momento de tu vida, no sabes ó al menos no eres capaz de distinguir a dónde te llevará, si es que te lleva a algún sitio.

Disculpad por este momento de soledad, disculpad que haya querido compartir un momento cómo éste con vosotros, pero en la vida, hay momentos buenos y malos, y hoy ha tocado uno de esos días grises que todos tenemos.

Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla…………..

Un fuerte abrazo a todos.

Javier

lunes, 24 de agosto de 2009

TOMAR PARTIDO

Es curioso cómo cambian las cosas conforme va pasando el tiempo, a medida que éste transcurre y uno madura debido a la edad y las vivencias que acumula, en innumerables ocasiones acude al recuerdo y lo compara con la actualidad, esto da lugar a diferencias, entre la visión que tenemos de una persona, grabada a modo de recuerdo en el interior de nuestro cerebro y la percepción que de ella tenemos en el momento actual.

Las piedras por efecto del viento y el agua se erosionan, solo hace falta tiempo y la acción de estos agentes ambientales para pulirlas, año tras año van limando las estrías propias de la roca nueva, hasta conseguir una superficie suave y uniforme, sin embargo, con el carácter de las personas ocurre lo contrario, y el efecto que produce en éstas el tiempo y las vivencias acumuladas es opuesto, cuando naces podríamos afirmar que el carácter de esta nueva persona casi es inexistente, como no me atrevo a eliminar el adverbio de esta frase, me atreveré a calificar el carácter no formado de un recién nacido con el adjetivo suave ó neutro, pero el paso del tiempo se encarga de ir modelándolo.

Mi padre tiene un carácter fuerte, seco, poco dado a sentimentalismos, erosionado por el tiempo y unas vivencias que no han sido muy generosas para con él, quizás por ello es poco dado a demostrar sus sentimientos, ya sean de tristeza ó de afecto. Cuando era niño veía a mi padre de forma diferente a la que lo veo ahora, el recuerdo de entonces se corresponde con el de una persona grande y fuerte, seguramente debido a que los ojos de un niño ensalzan la figura paterna. Los recuerdos de aquella época me llevan a describirlo como una persona grande y fuerte, de tez muy tostada debido al sol que diariamente soportaba en su trabajo, ese obligado bronceado era algo característico en la cara de mi padre, y junto a esto una nariz grande, alargada, pero acompañando a esta nariz destacaban sobremanera sus ojos, unos ojos de un azul celeste, semejante al limpio cielo que aparece al disiparse las nubes tras el paso de un temporal, azules como el efecto producido por el sol al hacer incidir sus rayos sobre las transparentes aguas de las escasísimas playas vírgenes que aún quedan.

Por caprichos de la genética, sólo heredé la nariz y no tuve la suerte de recibir el premio de esos magníficos ojos azules. Pero lo que más me ha impresionado siempre del físico de mi padre ha sido el tamaño de sus manos, manos grandes, ásperas y duras, curtidas día tras día tras décadas de duro trabajo al aire libre. Sus gigantescas manos son una prolongación de sus anchos antebrazos, capaces de hacer fácil cualquier movimiento con el palaustre ó paleta.

Recuerdo mis primeros pasos en el mundo laboral, trabajaba con él mientras estudiaba sin tener claro qué quería hacer en la vida, recuerdo cuando apenas podía levantar del suelo los sacos de cemento, aquellos sacos fabricados con un papel muy resistente pero basto, que impedía asirlo con facilidad, parecían diseñados para que se te resbalasen de las manos, no hace tanto tiempo de aquello, pero en esa época nadie discutía la conveniencia ó no de que pesaran 50 kgs., afortunadamente ahora se ha reducido su peso y lo agradecen las espaldas.

Vienen a mi memoria esos cubos llenos de mezcla ó mortero y la dificultad de homogeneizar dicha masa en el cubo con la única ayuda de la paleta y la fuerza de una mano, recuerdo como si fuera ayer el dolor que me producía en la mano, y sobre todo en el antebrazo, los giros circulares que se aplicaban a ese engrudo ó pasta compuesta por arena, cemento y agua, que se movía para que el agua no decantara y subiera a la superficie. Lo intentaba y no podía, luego veía cómo la gigantesca mano de mi padre y su increíble antebrazo, batían de un lado a otro, con aparente facilidad, hasta conseguir una mezcla uniforme que posteriormente extendía sobre el canto del ladrillo, como se unta la mantequilla a la tostada, para después colocarlo en su sitio justo, y así, uno tras otro hasta formar la pared ó tabique.

Mi padre era bueno en su trabajo, era de los “antiguos”, de los que saben hacer de todo, no se especializó en una actividad concreta y era capaz de hacer tanto una pared como alicatar un cuarto de baño ó construir una casa entera.

Una característica del carácter de mi padre que siempre me ha gustado destacar, porque estimo que actualmente es una cualidad que abunda poco, es su formalidad, para mi padre su palabra es un contrato con firma y si se compromete a algo lo cumple, aunque pierda dinero ó le produzca inconvenientes.

Pero hay una frase de mi padre que siempre ha sido motivo de discusión entre los dos, ya que cuando le insinúo “…deberías leer tal libro” ó ” … ¿por qué no aprendes tal ó cual cosa?”, su respuesta siempre es: “Yo ya lo tengo todo hecho en la vida, ya he aprendido todo lo que necesitaba saber y no necesito aprender nada más”.

No sé si esta frase es fruto de una época de la vida en la que una persona mira más hacia el pasado, repasando todo lo conseguido tras muchos años de duro trabajo, que hacia el futuro, donde todavía debería de vislumbrar lo que puede hacer, donde todavía debería atisbar un horizonte con alguna meta que conseguir. Puede que esta frase sea fruto del atardecer de una vida que se aproxima lenta pero inexorablemente a su ocaso, quizás por eso, yo que me encuentro en otro momento más temprano de la mía, no la comparto y no la entiendo como una actitud positiva ante los acontecimientos que se producen día a día.

Esta misma actitud indolente ante la vida, y que en el caso de mi padre asocio a su edad, la observo en la profesión y solo citaré a modo de ejemplo: la baja participación en las elecciones a Colegios Profesionales, ó en algunos casos la no convocatoria de las mismas por falta de candidatos. Tengo un amigo que dice que los farmacéuticos hablamos poco de política, que nos interesan poco estos asuntos, y no tengo más que darle la razón. Esta profesión lo quiera ó no, está y estará marcada por las decisiones que se tomen en los despachos de burócratas, que debido a su trabajo no tienen cercanía alguna a los temas sobre los que legislan, ajenos a las repercusiones que sus decisiones puedan tener sobre los profesionales afectados y por extensión sobre los pacientes. Se puede tener como digo, una actitud pasiva ante esta inevitable situación, ó bien, tomar partido como parte implicada, si no lo haces, siempre te quedará esa sensación de lo que pudiste hacer y no hiciste.

El mundo gira cada vez más rápido y los cambios suceden a mayor velocidad, de la capacidad de adaptación que se tenga a estos rápidos cambios dependerá la supervivencia del grupo ó colectivo del que formes parte, y así mismo, de la postura que se tome hoy, dependerá lo que nos suceda mañana, si no tomas partido, acabarás dependiendo, de forma inevitable, de lo que otros decidan por ti.

Yo hace tiempo que decidí, al menos, hacer ver mi opinión, no sé si ésta generará algún tipo de efecto, pero al menos es mi actitud en la vida y no estoy dispuesto a que otros decidan por mí, sin al menos escuchar lo que yo tenga que decir al respecto, si tú aún no lo haces, hoy todavía estás a tiempo, mañana puede ser tarde.

Sigo queriendo y admirando a mi padre, pero, en este aspecto al menos, no comparto su opinión, creo que todavía tengo mucho que hacer en la vida, y creo además, que lo que me suceda en el futuro, dependerá mucho de lo que yo haga en ella.

Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla………………

Un fuerte abrazo a todos,
Javier

lunes, 10 de agosto de 2009

LA COMUNICACIÓN

Continúa el verano, ha llegado el mes de Agosto y la actividad se detiene casi por completo en todos los ámbitos, da la impresión de que todo el mundo está de vacaciones y, en definitiva, todo parece discurrir a una velocidad sensiblemente inferior a la habitual.

Impregnado de esta sensación de placidez ó de dejadez producida por las altas temperaturas y las dos horas que llevo sin que nadie entre en mi farmacia, hoy me apetece escribir por el gusto de hacerlo, por ello, lo que sigue a continuación tiene que ver con la vida. Puede parecer curioso que alguien con 36 años hable de la vida, pero al fin y al cabo todo tiene que ver con ella, por ello, lo siguiente va sobre la vida, no tiene que ver con la farmacia rural, ni tan siquiera con la farmacia,…… ó sí.

Imagino que a vosotros os pasará también, cuando me encuentro en un ambiente que no es el habitual, me cuesta integrarme en la conversación, me sucede cuando charlo con personas que se dedican a las labores del campo, comienzan a hablar de terrazas, comederos a los que acuden los ciervos, stihl (una marca de motosierras), carchizo, bornizo, …, en fin, cuesta “coger la onda” ya que no domino la “jerga” y por ello les molesto bombardeándolos a preguntas una y otra vez para, finalmente, agradecerles la infinita paciencia que tienen conmigo al molestarse en explicármelo.

He comentado en varias ocasiones que mi padre era albañil, digo era porque afortunadamente aún vive, pero afortunadamente también, ahora está jubilado, con la espalda machacada, pero jubilado, y como fue una etapa importante en mi vida, aludo frecuentemente a la misma usándola como hilo conductor de las ideas que quiero comentar. Quiero pensar que además de ayudarme a contar una historia, me sirve para enseñar al neófito en albañilería términos que no ha tenido la suerte de conocer.

El término de hoy es la “lasquilla”, recuerdo cuándo fue la primera vez que oí esa palabra, tendría unos 15 años y mi padre estaba sobre el andamio, una plataforma formada por dos tablas, cada una de unos 20 cms de ancho y suspendidas en sus extremos sobre dos bidones de chapa, ahora vacíos, pero fabricados para contener 200 Kgs de lubricante, se compraban en la chatarrería y se usaban a modo de pilares para permitirte trabajar a la altura del techo de una habitación.

Este andamio no era muy alto, con lo que permitía bajarse al que estaba sobre él de un pequeño salto, pero por practicidad y para aumentar la velocidad del trabajo, el oficial (mi padre en este caso) estaba sobre esta tabla ó costero, y desde la altura solicita todo lo que va necesitando para continuar su trabajo al ayudante ó peón (en este caso yo).

Desde su posición elevada, solicita ladrillos, mezcla, … y al mismo tiempo aprovecha para regañarme por mi postura poco dispuesta para el trabajo, ésta es, con los brazos cruzados, era una “guerra” que tenía mi padre conmigo, siempre decía que una persona que te pagaba un sueldo no debía verte nunca parado, ni con los brazos cruzados, daba mala impresión (al que haya compartido trabajo con su padre no tendré que comentarle nada sobre lo difícil que es trabajar con ellos).

A lo que vamos, un tabique comienza desde el suelo y va creciendo por la sucesión ó acumulación de ladrillos que, de forma intercalada, y previa aplicación de la mezcla, incrementan su altura hasta llegar al techo. Obviamente, y ya que la construcción de una pared no es un puzle en el que todas las piezas encajan a la perfección, las piezas (iguales de origen) tienen que ser ajustadas al hueco, con lo que frecuentemente hay que romper el ladrillo para obtener un trozo que entre en el sitio en cuestión.

En otras ocasiones, falta un trozo pequeño para completarlo, y ahí está el problema, en lugar de romper un ladrillo completo, se hace uso de un trozo ya roto con anterioridad. La escena hay que ubicarla con mi padre, subido en la atalaya que forma el andamio, pidiéndome que le alcanzara “esa lasquilla”. Para empezar, ni yo sabía entonces lo que era una “lasquilla”, ni la mayoría de vosotros, lectores, sabréis lo que es, con lo que era muy difícil, por no decir imposible, dar con ella.

Una “lasquilla” es un trozo de ladrillo ó de mezcla dura que se usa para rematar un hueco pequeño, imagino que vendrá de la palabra “lasca” que según la R.A.E. es un trozo pequeño y delgado desprendido de una piedra, una vez solventado este “pequeño” inconveniente del significado de la palabra, imaginaros por un momento el suelo bajo el andamio invadido, completamente lleno de “lasquillas” y mi padre diciéndome “esa es la que quiero”, ¿cuál, ésta?, le respondía yo, y él por momentos, se iba irritando, cada vez más, “no, esa no, esa de allí, la redondita, la que está al lado de tu pié”… Al final no podía soportarlo más y bajaba del andamio mascullando entre dientes para espetarme al final “ésta, ¿es que no la veías?”. Lo cierto era que verla, lo que se dice verla, la veía dentro de un conjunto, pero jamás hubiera sido capaz de diferenciarla entre sus hermanas por mucho empeño que hubiera puesto en ello.

Es lo que tiene el lenguaje, cuando los mensajes no son todo lo claros que deben ser, ó se dá por supuesto que todo el mundo sabe de lo que estás hablando se generan situaciones de incomunicación y malentendidos que dificultan el entendimiento entre las partes.

Con una pequeña explicación por parte de mi padre se hubiera evitado el sofocón y agilizado el trabajo, ésta es la pequeña moraleja que hoy quería compartir con vosotros, por el mero placer de escribir algo.

Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla………..

Un fuerte abrazo a todos.

Javier

sábado, 8 de agosto de 2009

PERDIDA DE VIRGINIDAD

Estimadas compañeras, ha ocurrido un hecho lamentable, despues de 30 años trabajando en el medio rural, tanto de dia como de noche, sin ningun incidente de importancia, la pasada madrugada del cuatro de agosto, fui violentada y mi virginidad atacada por un grupo de cuatro jovenes rumanos que intentaron penetrar en mi interior.
Afotunadamente mis dueños se percataron del ataque y frustaron el intento de penetrar en mi interior, abortando el intento de robo.
Me ha quedado una sensacion rara, he perdido esa inocencia que hasta ahora me habia acompañado, desconfio de los extraños, me sobresalta cualquier ruido que escuche en la noche, ha sido una experiencia muy traumatica despues de tantos años de tranquilidad.
Habia escuchado a las farmacias de ciudad contar como estos incidentes eran comunes, pero en mi inocencia pensaba que en un pequeño pueblo estas cosas no ocurrian.
Desgraciadamente este grupo de rumanos, quizas frustados por no alcanzar su objetivo, a las pocas noches forzaron la farmacia del pueblo colindante, tambien situada en una pequeña poblacion, igualmente han intentado forzar otras farmacias rurales del entorno.
Lo mas triste es comprobar como lo negativo de la ciudad va llegando hasta nosotros, como cada dia somos mas vunerables.
Algun dia tenia que ser, mis dueños estan pensando en instalar medidas de seguridad, que triste, pero no queda otra alternativa.
Espero que vuestro verano se desarrolle de manera mas tranquila.
Un saludo de la farmacia del Castillo de las Guardas.